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San Lorenzo, 1936
En agosto de 1936, la ciudad, tomada por los militares sublevados que decretaron el estado de guerra y sometida con la ayuda de Falange y grupos paramilitares de voluntarios como Acción Ciudadana, también estaba sujeta al incipiente cerco de los milicianos que trataban de reinstaurar la legalidad republicana. Las posiciones de Siétamo, Estrecho Quinto, Montearagón o Almudévar, eran hostilizadas por las columnas llegadas desde Cataluña con el propósito de contener en el frente de Aragón, la progresión franquista. En Huesca se había instalado el terror y la represión mientras la iglesia repartía sus bendiciones y celebraba la llegada del nuevo orden. En 1936 no hubo más fiesta laurentina que la religiosa.
Víctor Pardo Lancina
La prensa local publicó el sábado 8 de agosto de 1936 una nota enviada por el alcalde José María Vallés Foradada, dando cuenta de su decisión acerca de las celebraciones patronales: «Las fiestas de San Lorenzo de este año reza el escrito, por las circunstancias nacionales del momento, que no afectan, por fortuna, a la normalidad de la vida ciudadana de Huesca, no se celebrarán. Únicamente tendrán lugar las funciones religiosas tradicionales en el interior de la Basílica de nuestro Patrono. Y el Ayuntamiento, por su parte, suministrará comida gratuita en el medio día del próximo lunes, en el Asilo de San José, a los necesitados que lo soliciten». La «normalidad» a la que alude el alcalde, no podía estar más matizada por la realidad implacable de las circunstancias que se vivían: los militares golpistas se habían hecho con el dominio de la situación local, decretaron el estado de guerra y aplastaron por la fuerza de las armas cualquier atisbo de contestación o resistencia. Huesca era una cárcel. Los primeros bombardeos sobre la ciudad ya se habían producido en julio, pero ni las bombas ni la acción armada de las milicias había logrado quebrar las defensas interiores ni la resistencia de las posiciones avanzadas. El día 1 de agosto se libran duros combates en Siétamo, a donde ha llegado la columna anarquista Ascaso, que incorpora igualmente miembros del POUM y voluntarios reclutados en Barbastro, entre ellos guardias civiles leales al Gobierno de la República. Siétamo, población tomada por los insurgentes, estaba defendida por 24 guardias civiles, una sección de ametralladoras y casi una treintena de falangistas. Las milicias republicanas recuperaron la localidad copando a los defensores que resistían a duras penas en la iglesia y el castillo.
Las primeras víctimas de Falange
En este episodio de Siétamo se producen las tres primeras víctimas de la Falange oscense y se inaugura de este modo el concepto de «cruzada», que impregnará las acciones más sanguinarias contra el «separatismo» y «las hordas rojas». Federico Cañiz, Luis Durán y José María Torréns, tres jóvenes «caídos por Dios y por España» recibirán honores de héroe en la capilla ardiente instalada en la Escuela Normal, sede de Acción Ciudadana. La prensa se empleó a fondo en la descripción de los funerales y las consiguientes manifestaciones de duelo. «Hoy han sido conducidos a la última morada escribe La Tierra en su edición del 3 de agosto los restos mortales de los jóvenes pertenecientes a la Falange Española, Federico Cañiz, Luis Durán y José Torréns, asesinados en Siétamo por las hordas salvajes, al oponerse e impedir que dichas hordas, al servicio de la Generalidad de Cataluña, invadieran nuestra ciudad para desarrollar su único programa del asesinato, el robo y el pillaje». «La ciudad publica El Diario de Huesca el 4 de agosto, se unió en apretado y sagrado haz para dar a los bravos, leales y españolísimos muchachos el adiós de que se hicieron dignos y en la memoria de todos quedó grabado el nombre de cada uno con las auras rosadas del recuerdo de los elegidos». El funeral, oficiado en la Catedral por el obispo pocos días más tarde partió el eminente prelado don Lino Rodrigo a Zaragoza, donde pasó toda la guerra lejos del ruido de las bombas, culminó con un desfile «ante el duelo que presidían con las autoridades, los deudos de los tres fascistas». Igualmente, «fuerzas del fascio de Zaragoza y Huesca, militares y Acción Ciudadana», llevaron los féretros a hombros hasta el cementerio. El fotógrafo José Oltra captó con su cámara los detalles de la puesta en escena diseñada por Falange en la Normal y el desfile del Coso. La ciudad de Huesca, que en febrero había votado mayoritariamente por la candidatura izquierdista del Frente Popular, todavía no terminaba de vibrar con el entusiasmo que hacía al caso ante las manifestaciones patrióticas que tenían lugar en torno a los primeros mártires. Así, una suscripción popular abierta el 1 de agosto para recaudar fondos con que adquirir un caza que ayudara a repeler a la aviación republicana, hubo de ser completada por el propio Ayuntamiento con 2.000 pesetas, según un acuerdo adoptado en la sesión plenaria del 12 de agosto. La Diputación se sumaría a la colecta días más tarde. Las nuevas autoridades militares, ateniéndose a las instrucciones dictadas por el general Gregorio de Benito, comenzaron a poner en práctica su política de violencia radical llevando la represión a límites extremos. Es el momento del «terror caliente», el período de las detenciones, los registros de domicilios, la requisa de documentos, la delación y la necesaria depuración. La cárcel de la plaza de Concepción Arenal está llena, también hay presos en el Cuartel Valladolid nº 20 y se hará preciso habilitar el viejo instituto, hoy Museo Provincial, para dar cabida a las autoridades republicanas destituidas, a profesionales liberales, agricultores, sindicalistas, militantes de partidos de izquierda, hombres y mujeres comprometidos con un régimen que había que borrar de la faz de la Nueva España.
Atarés, Acín, Faure...
Pero mientras Falange velaba a los soldados caídos y las tropas sublevadas reconquistaban Siétamo, ya había sido fusilado en las tapias del cementerio Severo Laguna Royo, al que le seguirían en tan infausto destino y el mismo día que el obispo presidía los funerales, Benigno Santafé, y el maestro de 27 años Alfredo Atarés Gracia, detenido junto a un empleado municipal de jardines conocido como «El sordico». Alfredo Atarés y su compañero fueron atados juntos con un alambre por las muñecas, pero «El sordico» se zafó de la ligadura y pudo huir. La mujer de Alfredo Atarés, también sospechosa de izquierdismo y maestra en el pueblo de Apiés, logró salir de España con su hija de dos años en dirección a Inglaterra. El 6 de agosto fue asesinado el anarcosindicalista Ramón Acín, detenido el día anterior en presencia de sus hijas Katia y Sol, junto a su compañera Concha Monrás, que moriría el 23. Corrió la misma suerte el albañil de Loscorrales, Isidro Calvo López. También el 6, a media tarde, se celebró en la Catedral un acto solemne de desagravio y protesta por el bombardeo de la aviación republicana en la zaragozana basílica del Pilar, donde habían caído tres bombas que, milagrosamente, no habían llegado a explotar. El concejal Vicente Campo, futuro alcalde franquista, protestó airadamente en el pleno municipal por semejante atentado. Al día siguiente llegaron a Huesca cuarenta falangistas zaragozanos en apoyo de sus correligionarios oscenses quienes, al parecer, no daban abasto en el trajín incesante de las detenciones, torturas y saqueos en casas particulares, sedes de partidos y asociaciones cívicas varias. Este mismo día el capitán Fernando Martínez López se puso al mando de un nuevo grupo de acción y estructura militar, los «Voluntarios de Santiago», al que se sumaría con idéntico afán de servicio otra agrupación de entusiastas bajo la denominación de «La Campana de Huesca». El vecino de la capital Agustín Faure, natural de Quinto de Ebro, tenía 35 años cuando lo fusilaron el 7 de agosto, o quizá no fue fusilado y lo mataron pegándole un tiro sin otros miramientos. Casado, con dos hijos y un tercero en camino, era de profesión mosaísta y trabajaba en la fábrica de Castells, en la esquina de Cabestany. Tenía carné de la CNT y apenas sabía firmar con su nombre, aunque su corpulencia, su fortaleza física siempre lo distinguían allí donde se encontrara. Es posible que sin ser un significado militante desde un punto de vista ideológico, sí lo fuera como hombre conocido por su determinación y activismo. Agustín pudo haber participado en algunas acciones contra intereses de empresarios locales señalados por su derechismo y comportamiento antisindical. A Faure lo encerraron en la cárcel improvisada del antiguo instituto. Su hijo Joaquín le llevó un día la comida, al día siguiente le dijeron que ya no estaba. El cadáver se encontró en el kilómetro 6 de la carretera de Apiés, y no fue el único muerto «por herida de arma de fuego», como macabra y eufemísticamente se inscribió en el parte de defunción, ya que otros dos cadáveres fueron enterrados por idénticas causas en la misma jornada. El ambiente prelaurentino se hallaba ciertamente viciado. La ciudad, además, comenzaba a notar algunos de los más perniciosos efectos del cerco. El abogado Cirilo Martín Retortillo escribe en su obra Huesca Vencedora (Ed. Vicente Campo, 1938): «En los comienzos de agosto, las partidas sueltas de revolucionarios que merodeaban por la sierra, realizaron importantes averías en la conducción de agua potable, hasta que muy pronto lograron la total ocupación del manantial de San Julián, privando a Huesca de su riquísima agua potable, que tan sensiblemente se acusó en el vecindario, sometido de esta manera a un sacrificio diario que difícilmente aprecian los que no lo han padecido». Curiosamente, el mayor número de víctimas en Huesca, muertos y heridos, no se produjo por la acción de las bombas, sino como consecuencia del paludismo y las fiebres e infecciones asociadas a la mala calidad del agua de boca que había de proveerse en pozos y fuentes. El relator del Regimiento de Infantería Valladolid nº 20, escribe en el memorándum «Historial del cerco sufrido durante el Glorioso Alzamiento Nacional por la dos veces heroica, leal e invicta ciudad de Huesca», en relación con lo acaecido el día 9 de agosto: «Desde el amanecer son atacados Siétamo y Estrecho Quinto por numerosos enemigos apoyados por violento fuego de artillería y continuos bombardeos de aviación. Nuestras posiciones aguantan los ataques y nuestra artillería contrabate con acierto a la artillería enemiga, si bien el consumo de municiones de la roja supone un verdadero derroche, llegando con sus disparos a alcanzar las inmediaciones de los pueblos de Tierz, Quicena y el Manicomio de Huesca. Se refugian en la ciudad los habitantes despavoridos de estos dos pueblos y desde las casas de la plaza se ven sin interrupción las explosiones de las rompedoras lanzadas por la artillería enemiga. Prisioneros cogidos al enemigo manifiestan el propósito de los rojos de ocupar Huesca en el día de mañana, San Lorenzo, patrón de la ciudad (subrayado en el original)». No tuvo lugar la contingencia anotada, como es bien sabido, aunque los hechos refutaban con claridad lo señalado por el alcalde en la prensa: las circunstancias del momento sí afectaban a la normalidad de la vida ciudadana de Huesca, una capital de provincia sometida a dos asedios, el exterior y sobre todo, el inhóspito asedio interior. Así las cosas, «el enemigo prosigue el relator militar el 10 de agosto no muestra actividad debido, sin duda, al gran quebranto sufrido en la jornada anterior».
«Civilización cristiana»
Las completas al santo se celebraron con el empaque acostumbrado. «El templo ofrecía un aspecto solemnísimo leemos en La Tierra por la extraordinaria concurrencia de fieles, en su mayoría hombres de toda clase y condición. En el presbiterio se hallaba el ilustrísimo señor obispo doctor don Lino Rodrigo Ruesca, y nuestro alcalde señor Vallés, acompañado de los concejales. Seis elementos de Acción Ciudadana hicieron guardia durante la función religiosa». El «elocuentísimo» sermón corrió a cargo del «docto canónigo» don Benito Torrellas, quien invocó la intercesión del santo mártir para reverdecer las glorias de España, clamando por el orden, la religión y la unidad de la patria. «Con acento del mayor fervor cristiano recoge emocionado y vibrante el gacetillero de La Tierra pidió una plegaria a favor de quienes víctimas del engaño y el odio a España, encontraron su muerte persiguiendo y atentando a ésta». Quizá Benito Torrellas tenía presentes en su oración al barbero de Almudévar Ángel Melero Martínez, fusilado en aquella hora y a quienes iban a ser asesinados el día del santo patrón, Luis Conde, oficial del Ayuntamiento, el operador de cine José María Sanz, y Pablo Montañés Escuer, médico. «Destacó el señor Torrellas prosigue la crónica la figura de San Lorenzo al través de la historia, cuyo heroísmo e intrepidez al defender la fe de Cristo guardaba parecido símil con el que España realiza en los actuales momentos, ya que lo que actualmente se debate es su espiritualidad, basada en nuestra civilización cristiana». El Diario de Huesca dedica su editorial del lunes 10 de agosto «Al señor Enamorado, bizarro comandante mayor del bravo y heroico Regimiento de Infantería Valladolid nº 20». Con el título «Súplica emocional» y la firma de «Banderín», lamenta el diario la imposibilidad de ver evolucionar a los danzantes, de reencontrarse con los colores de la fiesta nacional y sobre todo echa a faltar el olor a albahaca en las plazas de San Lorenzo y la del Mercado. Sin embargo, sentencia, de poco aprecio han de ser «las cabriolas de la fiesta» cuando «un pueblo trata de reconquistar lo más noble de su raza y el valor de su más rancia estirpe nacional». «Banderín» enuncia finalmente la encendida súplica: «Que tras la mínima efusión de sangre del volcán de la raza, resurja grande y respetada la silueta venerable de la España única, indivisible, comprensiva, justa, conforme a su gloriosa tradición de orientadora y educadora de pueblos». El día de San Lorenzo de 1936, a pesar de los avatares de la guerra, los cafés y veladores de la ciudad se vieron concurridos y animados, según cuentan las crónicas de sociedad. Incluso tuvo un momento de reposo el general jefe de la plaza, Gregorio de Benito, «congregado en animada peña con sus ayudantes». Con todo, la fiesta no dio tregua a los defensores de la ciudad. El día 11 una sección de Voluntarios de Santiago fue enviada al castillo de Montearagón para organizar allí una posición de avanzada cubriendo el flanco de las fuerzas desplegadas en Estrecho Quinto. Fue la primera salida de Huesca de los Voluntarios de Santiago, quienes el 14 serían relevados por miembros de Falange y distribuidos en misión de vigilancia y control por las avenidas que conducen a la ciudad. También el 14, las milicias republicanas, emboscadas en el carrascal de Pebredo, interceptaron el autobús de línea que viajaba a Zaragoza, incautándose del mismo y apresando a los viajeros y conductor. La carretera quedó cortada a partir de este día, y el ataque organizado desde Almudévar contra Tardienta por el general De Benito, resultó un fracaso. Entre las víctimas franquistas se encontraban los hermanos José y Benigno Nieto, sargento y brigada respectivamente. José Nieto era el director del Instituto de segunda enseñanza de Huesca, mientras su hermano ejercía como maestro en Robres, a donde al parecer fue conducido para ser fusilado. Tampoco hubo tregua ni piedad para destacados políticos republicanos de Huesca como los ex alcaldes Mariano Cardedera y Manuel Sender, el teniente de alcalde Mariano Santamaría y el destacado militante de la CNT de Benasque Miguel Saura Serveto, todos ellos asesinados el 13 de agosto. Saura Serveto, minero y sindicalista, era un hombre respetado en su entorno. Sabía leer y escribir, estaba suscrito a algunos periódicos y trasladaba a sus compañeros de tajo las conclusiones de sus lecturas y las consignas que recibía en los mítines y reuniones de la CNT a los que acudía en su representación. Estaba casado con Pilar Cambra, de Jánovas, y tenían cinco hijos. Miguel viajó hasta Huesca el 21 de julio, nada más tener noticia de la sublevación y la declaración del estado de guerra, para conocer de primera mano cómo se desarrollaban los acontecimientos y actuar en consecuencia. Trajo consigo a su hija Clara, con la excusa de visitar a su madrina que vivía en la ciudad. Alguien lo reconoció y lo delató, siendo detenido y fusilado. A Pilar Cambra le contaron que estando su marido detenido alguien dijo: «habrá que hacer un juicio a Saura» y el sargento que estaba al mando contestó: «antes pasarán por encima de mi cadáver que hacer un juicio a Saura». Al día siguiente lo mataron. Tenía 44 años.
Un día jubiloso
A pesar de todo, puede decirse que el 13 de agosto fue un día jubiloso para la aviación franquista y la población civil oscense que de grado apoyaba el golpe de Estado. Un avión republicano que había despegado del aeródromo de Albalatillo pilotado por José Cabré Planas, de la Escuadrilla de «Alas Rojas», fue abatido entre Almudévar y Tardienta, en el término de La Violada, muriendo carbonizada la tripulación. Las dos alas del avión fueron traídas a la ciudad y exhibidas como trofeo de guerra. «La lona que las recubría leemos en La Tierra fue disputada por el público que pugnaba por arrancar un trozo como recuerdo. (...) Poco después, lucían en muchas solapas trozos de la tela del avión derribado. En algunos de esos pedazos, la fecha del día de hoy». El piloto Cabré Planas fue derribado por Ramón Senra Álvarez, quien recibió como premio por su acción un giro postal de la Diputación Provincial de Huesca con la cantidad de 1.000 pesetas, y en Zaragoza, la Junta Nacional de Recaudación le otorgó la friolera de 10.000 pesetas. El día de la Virgen de agosto, mientras el general Yagüe Blanco perpetra una atroz carnicería en la plaza de toros de Badajoz, los guardianes del orden en Huesca llevan al paredón a una decena de personas elegidas de un modo aleatorio en las atestadas cárceles. Esta nómina estaba integrada por el chófer Gregorio Valero; Manuel Lasierra; Antonio Monterde Abadía; el mecánico de Riglos Pedro Samitier Urriéns; José María Ferrer Casademont, oficial de Telégrafos de 37 años natural de Torla; Mariano Frau Martínez; Estanislao Rovira; Luis Aineto; Antonio Ascaso Jiménez, albañil de 23 años, y Fernando Vallejo Ezpierro, secretario del Gobierno Civil de Huesca. Vallejo, de 54 años, había nacido en la localidad riojana de Pradejón, estaba casado y tenía dos hijos. Fue detenido el 21 de julio junto a otras 15 personas. El periodista Bonifacio Fernández Aldana, enviado como corresponsal de guerra por la publicación Mi revista al frente de Aragón, relata en el libro recopilatorio de sus artículos, La guerra en Aragón. Cómo fue... (Barcelona, Ediciones Cómo Fue... s/f), las circunstancias en las que conoció al hijo de Fernando Vallejo. «En Fornillos, en las avanzadillas que dan vista a Huesca, los soldados del batallón Manresa rodean a un jovenzuelo de catorce años que entretiene con sus inocentes ocurrencias a sus compañeros. (...) Fernandito Vallejo era un muchacho inocente. No sabía de odios ni de pasiones y desconocía las luchas de los hombres. Pero un día, el 15 de agosto, ve cómo su padre, secretario del Gobierno Civil de Huesca, es sacado violentamente de su casa, y poco después se entera de que ha sido fusilado». El periodista confunde la fecha de la detención con la de la muerte, ya que de acuerdo con la ficha carcelaria de Vallejo, éste fue detenido el 21 de julio, como se ha señalado. «Bien pronto el niño se convierte en hombre. El odio a los asesinos de su padre hace el milagro. Y Fernandito no tiene otra obsesión que la venganza. Y a la mañana siguiente planea la fuga de la ciudad. A las siete y media, burlando la vigilancia, sale de Huesca, pasa por Tierz, llega al Pueyo de Fañanás y se entrega en nuestras avanzadillas. (...) Fernandito Vallejo está satisfecho de haber sabido honrar la memoria de su padre». Los días de las fiestas de Huesca habían transcurrido en un clima de violencia extrema, apenas contestada por la acción peligrosa e incierta de los «pacos», francotiradores que arriesgaban su vida disparando sobre los guardianes que mantenían a sangre y fuego el cerco interior. El 30 de agosto de 1936, se izó por primera vez en la Comandancia Militar de Huesca la bandera roja y gualda que presidiría más tarde todos los edificios oficiales de la ciudad. «Cesaba cuenta el relator militar del Valladolid nº 20 una España de ignominia y crimen para dar paso a la España nacional que Huesca, al igual que el resto de España, anhelaba». 207 personas habían sido fusiladas hasta ese día. [4Esquinas, nº 182, Huesca, julio 2006, págs. 23-25]
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