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Una vida que ayuda a entender muchas vidas [pRESENTACIÓN DE una Escuela Soñada. Textos de María Sánchez Arbós. Introducción y edición de Elvira Ontañón y Víctor Juan]. “En mi continuo contacto con la Institución aprendí más que enseñé dando clases desde párvulos hasta mayores; asistí a las colonias infantiles en verano y me vi siempre rodeada de sinceridad y de ánimos para la lucha. Aún me parece oír la dulcísima voz del señor Cossío, diciéndome: “Alma, alma, María”, en los momentos de desánimo de mi trabajo”[1]
Con estas palabras tan elocuentes María Sánchez Arbós recordaba en 1976, en el libro conmemorativo del centenario de la fundación de la Institución Libre de Enseñanza, la relación que había tenido con la ILE y, en concreto, con Manuel Bartolomé Cossío. María Sánchez Arbós (Huesca, 1889-Madrid, 1976) fue la maestra aragonesa que más cerca estuvo de los hombres y mujeres que impulsaron aquel movimiento de renovación cultural y pedagógica que transformó la sociedad española del primer tercio del siglo XX. Además, trabajó en la concreción práctica de algunas de las empresas educativas más fecundas de la época. Fue estudiante de magisterio en Huesca, alumna del Instituto General y Técnico de la capital altoaragonesa, ejerció el magisterio en Zaragoza y Madrid. Licenciada en Filosofía y Letras y titulada por la Escuela de Estudios Superiores del Magisterio, fue becaria de la Residencia de Señoritas, maestra del Instituto-Escuela, profesora de la Escuela Normal de La Laguna y de la de Huesca. Pero por encima de todo, María Sánchez Arbós quiso ser maestra y trabajar en la escuela primaria. En todo momento defendió la educación popular, la escuela de quienes más la necesitaban. Durante la II República, ese tiempo que Tuñón de Lara llamó el de la gran ilusión, María Sánchez Arbós dirigió uno de los nuevos Grupos Escolares que se construyeron en Madrid. Precisamente el dedicado a Francisco Giner. Por su compromiso con el programa educativo de la II República, una vez terminada la guerra civil, sufrió –como otros muchos educadores– la depuración y la cárcel. Autora de varios libros, de centenares de artículos en las más importantes revistas pedagógicas de la época como el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, Escuelas de España, La Escuela Moderna, la Revista de Pedagogía o la Revista de Escuelas Normales. 2.- Una maestra convencida de serlo Se presentan reunidos por vez primera en esta edición de Biblioteca Nueva los textos más relevantes que María Sánchez Arbós escribió teniendo como eje fundamental la escuela y el trabajo del maestro. Todos ellos fueron escritos durante la II República. Algunos los anotó en su diario personal y ven la luz ahora por primera vez. Otros se publicaron en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza bajo el sugerente título de “Problemas de la escuela”. Otros componían el folleto que resume los dos primeros años de funcionamiento del Grupo Escolar Francisco Giner y, finalmente, se recogen los dos capítulos que María Sánchez Arbós redactó para El libro guía del maestro (1936). A pesar de esta diversidad, los textos de María Sánchez Arbós mantienen una acusada coherencia. Palpita en todos ellos la misma emoción, idéntica pasión por la escuela y transmiten, junto a la confianza en el niño y en el maestro, la firme convicción de que la escuela transformaría la sociedad. Los artículos de María Sánchez Arbós son una muestra transparente de su inteligencia y de su sensibilidad de maestra. Resumen un claro ideario que no es otro que el ideario de la Institución Libre de Enseñanza y el de la escuela que necesitaba la República para convertir a quienes estaban llamados a ser meros súbditos de una monarquía en ciudadanos conscientes de una República, como reiteradamente sostuvo Rodolfo Llopis. La ilusión intacta durante la pequeñez de los días Una escuela soñada nos permite conocer el pensamiento pedagógico de María Sánchez Arbós, unas ideas que compartió en muchas ocasiones con Manuel Bartolomé Cossío: "No puedo menos de recordar en este momento –escribía doña María– las cariñosas discusiones que hemos sostenido con nuestro Sr. Cossío sobre este punto". La presencia luminosa del Sr. Cossío –y luego su recuerdo– le acompañó siempre, en los momentos de alegría y cuando vivir era un ejercicio mucho más difícil de lo que nunca hubiera imaginado. En septiembre de 1935, pocos días después del fallecimiento del Sr. Cossío, María Sánchez Arbós escribió en su diario: “Vengo a la escuela triste de verdad. Mañana se abrirá a los niños sin la sombra protectora del señor Cossío que se nos fue el día 1. Conocía la escuela porque yo se la había descrito tantas veces... ¡Cuánto hemos discutido sobre ella! “Quite usted, María, todo lo que sobre –me decía–; no se preocupe usted de que sobre más que alma”. Y yo lo tomaba con tanto ahínco que llegaba él a regañarme amorosamente cuando veía que me excedía en mi afán. Más de una vez he ido a él desconsolada y débil, y siempre he hallado ánimo en sus palabras. “No se desconsuele, María; usted conseguirá cuanto se proponga”. ¡Qué ganas de llorar he sentido hoy al entrar en la escuela! He recordado una vez más el valor inestimable que para mí tenía su sola sombra, dentro y fuera de la escuela”. (Sánchez Arbós, 1961, 93).
En estos textos encontramos las dudas, los ensayos, los momentos de desánimo, la ilusión y los empeños de una maestra que deseaba hacer realidad en la escuela de una popular barriada de Madrid la utopía pedagógica que había vivido en la Institución Libre de Enseñanza, en su relación con la Junta para Ampliación de Estudios o en el Instituto Escuela. Estos textos nos desvelan la intimidad del aula, el trabajo callado, sosegado y paciente de una maestra. María Sánchez Arbós se detiene en asuntos que pueden parecer menores, pero que terminan determinando tanto el trabajo de los maestros como el curriculum que los niños viven e interiorizan porque posiblemente en la escuela nada tenga más valor que lo pequeño: los cuadernos, la biblioteca, la asociación de padres, los contenidos del programa, el sistema de promoción de alumnos de un curso a otro, el horario, el ropero, el cuidado de las instalaciones, el compromiso de los maestros con su trabajo, la asistencia, la decoración de las aulas… Leyendo a María Sánchez Arbós se tiene la certeza de que pensar la escuela es cuidar cada pequeño detalle. Lo más humilde o aparentemente insignificante termina siendo trascendente. Por su formación académica, por sus lecturas, por sus experiencias en la Institución Libre de Enseñanza, María Sánchez Arbós podía escribir sobre teorías, sobre autores españoles y extranjeros, sobre los principios metodológicos de la Escuela Nueva o sobre los grandes fines de la enseñanza. Sin embargo, decide escribir sobre sus preocupaciones de maestra, y lo hace con las mismas palabras que a buen seguro utilizó en las reuniones periódicas que mantuvo con los maestros del Grupo Escolar Francisco Giner o con la misma transparencia con la que se dirigía a los padres que acudían a su escuela para encontrarse con una maestra que realmente se preocupaba por la educación de sus hijos, por la educación de los hijos de los obreros, por la educación de los más humildes. María Sánchez Arbós escribía sobre los mismos asuntos que le comentaría a Manuel Ontañón –su marido– al llegar a su casa de la calle Bretón de los Herreros. La cercanía de los temas y la sencillez del lenguaje con que son abordados convierten los artículos de María Sánchez Arbós en un tratado de Pedagogía vivida, práctica, sentida y, al mismo tiempo, nos acercan al compromiso educativo, ético y ciudadano de esta maestra convencida de serlo, de una mujer que quiso ser maestra por encima de todo. En los artículos de María Sánchez Arbós se aprecia la necesidad que tenía de educar a pesar del desastre, a pesar de las urgencias de la guerra. Los artículos del Boletín de la Institución Libre de Enseñanza publicados en plena Guerra Civil son una prueba de cómo la vida proseguía su curso, de cómo la vida empujaba a aquellas personas que vivían sumidas en un gran drama, a pesar de las carencias de lo más necesario y a pesar de las ausencias. La educación, la formación de la infancia no podía detenerse. Por eso cada palabra de María Sánchez Arbós –como las de otros profesores, intelectuales, escritores, filósofos o artistas- es un homenaje a la inteligencia en medio de la sinrazón de la violencia, en medio de la barbarie. En esta antología se muestra la madurez del pensamiento pedagógico de María Sánchez Arbós, unas ideas que se fraguaron durante décadas, fruto de una mirada en sazón, fruto de la reflexión sostenida a lo largo de una vida entera pensando en clave de maestra. En estos artículos hallamos una mirada sensible y prudente sobre la escuela, sobre la infancia, sobre las necesidades de la sociedad. En sus palabras se aprecia su preocupación por las carencias de los niños y de las escuelas, su sensibilidad hacia las obligaciones familiares de los alumnos, la conveniencia de abrir la escuela durante el verano –“¿dónde estarán mejor estos niños que en sus escuelas?”–. María Sánchez Arbós pone de manifiesto permanentemente su manera delicada de entender e interpretar la vida, su exquisita sensibilidad y su capacidad para entender la desvalidez de los otros: [“Una niña llora porque la maestra la ha echado de clase por llevar el delantal sucio. Si aquella maestra hubiera sabido que en casa de la niña no hay madre y que todos los hermanos (son cinco) están al cuidado de una niña de trece años, seguramente no la hubiera dejado llorar” (Sánchez Arbós, 1936a, 103)]. El olvido y la memoria En el verano de 1936 los sueños de María Sánchez Arbós llevaban camino de hacerse realidad. Los maestros estaban mejor formados que en ningún otro momento de nuestra historia. En la escuela se apreciaba la labor del Ministerio de Instrucción Pública, de los ayuntamientos, del Patronato de Misiones Pedagógicas. Se habían construido grandes grupos escolares junto a pequeñas escuelas funcionales, higiénicas. Se habían creado plazas de maestro como en ninguna otra época. Gracias a las salidas al extranjero auspiciadas por la Junta para Ampliación de Estudios los maestros españoles conocían los sistemas de trabajo y las modernas metodologías que se extendían por Europa y por América. Cuando parecía que podía recogerse el fruto del trabajo realizado durante unas décadas de modernización y de progreso, la sublevación de una parte del ejército contra el Gobierno legítimo de España terminó con el breve tiempo de la gran ilusión. La fuerza se impuso a la razón, se extendió el fanatismo y la barbarie. Muchos maestros pagaron con la vida su colaboración con la política educativa de la República, su defensa de la escuela pública, laica, universal y gratuita. Al asomamos a las vidas de estos educadores que vieron sus sueños aplastados por la fuerza, que fueron testigos de la destrucción que ocasionó la guerra en las personas, en el paisaje cívico y en la inteligencia, que fueron testigos de cómo se despreciaban las ideas a las que habían consagrado su vida no podemos evitar pensar en el país que perdimos, en la España que pudo ser, en aquella escuela que tenía como propósito fundamental emancipar a los individuos, promover la cultura y el conocimiento entre quienes habían vivido olvidados y alejados de cualquier estímulo cultural. Después del dolor de la guerra, de la tragedia sostenida durante tres años, María Sánchez Arbós sufrió la miseria y la humillación de la cárcel. Sufrió el tiempo de la ausencia, los días de la victoria y el largo tiempo de la imposición. Tuvo que aprender a vivir en un mundo en ruinas. Madrid era en una ciudad que sangraba por mil heridas. Nos quedan las palabras, nos queda la memoria depositada en textos como estos de María Sánchez Arbós que nos devuelven el convencimiento de que aún es posible soñar con la escuela, que necesitamos maestras convencidas de serlo y que la escuela es esencial en la construcción de una sociedad más justa y más libre.
[1] Sánchez Arbós, M. (1977). “Recuerdos de una maestra”, en VV.AA. En el centenario de la Institución Libre de Enseñanza, Madrid: Tecnos, p. 21.
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